El capitán Alfredo J. Sadulé fue ayudante presidencial de Fulgencio Batista, el caudillo cubano que controló los destinos de ese país por casi veinte años hasta el triunfo de la revolución encabezada por Fidel Castro.
Nacido en El Cerro, en La Habana, el 18 de abril de 1932, Alfredo J. Sadulé pasó casi toda su niñez cerca del campamento militar de Columbia, donde su padre era soldado y posteriormente chofer personal de Batista a quien hizo una solicitud de trabajo para el hijo, que comenzó a trabajar en la biblioteca de Kuquine, su casa de campo. Ingresó al ejército y el 31 de diciembre de 1957 fue ascendido a capitán y el 4 de enero de l958 promovido a ayudante presidencial.
Hace un tiempo, concedió una entrevista sobre el dictador, de la cual extrajimos estos fragmentos.
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Yo vi salir el avión del general Tabernilla, que se llevó el Guáimaro, el avión presidencial. Nosotros nos fuimos en un segundo avión, y supe que salió un tercero, con otros familiares del Presidente. El primero y el tercero volaron a EE. UU. El nuestro a Santo Domingo. En vuelo ya, el piloto Soto informó la altura, la velocidad y el destino (se suponía que era Nueva Orleans), y el Presidente le reclamó sin alterarse: “¿Quién le dijo eso?”. Soto respondió que la torre. Y dijo el Presidente: “¡Qué torre ni que ocho cuartos! Vamos a Santo Domingo”.
La decisión la tomó el Presidente en el aire, y fue suya solamente. En República Dominicana consulté mucho a sus allegados, Gonzalo Güell, ministro de Estado, el Dr. Andrés Rivero Agüero, presidente electo, y el Dr. Andrés Domingo y Morales del Castillo, ministro de la Presidencia y mano derecha del Presidente, y todos me dijeron no saber nada de la decisión del destino final ni de todo lo que sucedió esa noche. Todos creyeron que el Presidente tenía un as en mano. Yo mismo, cuando estaba abordando el coche presidencial, no creí en ningún momentos que nos íbamos.
—¿Cómo fue la llegada a Santo Domingo?
Aunque no nos esperaban, nos atendieron espectacularmente. Batista y su familia se hospedaron en el Palacio Nacional, y el resto en el Hotel Jaragua. El general Trujillo tuvo que prestarle ropa interior al Presidente. Los ayudantes nos distribuimos el trabajo, y yo quedé a cargo de la correspondencia, la chequera y la atención a la prensa.
Aunque en el decursar de los días pasaron muchas cosas (visitas, llamadas), lo más importante que sucedió fue el desencuentro entre Batista y Trujillo. Estando de guardia de secretario el coronel Rams, éste acompañó al Presidente a una invitación que le hizo el general Trujillo para visitar un campamento militar. Rams me contó que, para sorpresa del presidente Batista, encontraron allí una tropa con ropa y armamento de combate, luciendo en la parte superior del hombro izquierdo el escudo de Cuba. La bandera cubana identificaba a las distintas compañías de fusileros. Habían más de 12 carros de combate, artillados y 12 aviones Vampiros con la enseña cubana pintada en sus colas.
Batista saludó respetuosamente a las tropas abanderadas, y cuando terminó el recorrido, preguntó con la mirada al general Trujillo qué significaba aquello. “Presidente Batista, estos 3.000 hombres es lo que mi país, la patria de Duarte, le ofrece para recuperar a Cuba de manos de esos facinerosos”, le contestó Trujillo. Y Batista, turbado, buscaba las palabras para no ofender a aquel hombre, de quien era huésped. “General”, le dijo arrastrando las letras, “no sabe cuánto mi país le agradece este esfuerzo, pero no puedo aceptarlo. Las fuerzas armadas de mi país han decidido que no quieren pelear, y no puedo aceptar su oferta. Además, aunque aprecio en todo lo que vale su oferta, esto no sería un acto patriótico, sino un ataque militar de una potencia extranjera, pues estos hombres son dominicanos.”
“¿Qué dice, Presidente?”, Trujillo estaba molesto. Y Batista le dijo: “No hay duda, General, son dominicanos, la bandera no les cambia la nacionalidad, y eso sería una guerra no declarada”.
Trujillo insistió: “Presidente, acéptelo sin condiciones. No le pido nada a cambio, solo quiero defender la democracia en el Caribe”. Y Batista: “Inaceptable, General. Si regreso algún día a Cuba, iré comandando tropas cubanas”.
De ahí regresaron al Palacio Nacional, y el presidente Batista se mudó al Hotel Jaragua con su familia y nosotros al Hotel La Paz. Ahí comenzó el viacrucis del Presidente y su séquito. Dos escoltas suyas que visitaban Santiago de los Caballeros tomaban café, preguntaron a un camarero dónde estaba la fábrica de carabinas San Cristóbal, y fueron detenidos e interrogados durante 7 días.
Al comandante Armando Acosta y a mí, por negarnos a pertenecer a la Legión Anticomunista del Caribe, con oferta del grado inmediato superior, nos echaron del país. El presidente Batista y el almirante Rodríguez Calderón estuvieron dos días en la cárcel por negarse a pagar una deuda.
—¿Qué deuda era?
Por la venta de unas carabinas. A partir del 2 diciembre de 1957, del desembarco del Granma, el gobierno de EE. UU. retiró el apoyo militar y político al gobierno cubano, y devolvió a Cuba a todos los cadetes y militares que tomaban cursos en EE. UU., y hasta en la Escuela La Américas, de Panamá. Ante esto, el gobierno se vio en la necesidad de comprar armas y municiones a Inglaterra, a Nicaragua y a República Dominicana.
República Dominicana vendió a Cuba las carabinas San Cristóbal, que Trujillo trató de cobrarle al presidente Batista mediante artimañas. Al Hotel Jaragua, donde vivía el Presidente, llegó un ingeniero italiano, con sombrero y sobretodo, a cobrarle las carabinas. Yo le indiqué que Batista ya no era presidente de Cuba, y que esa deuda no era de él, sino del gobierno.
El Presidente fue dos días a la cárcel y para salir definitivamente de Santo Domingo tuvo que pagar aquella deuda, de 3 millones de dólares. Pudo salir gracias a su abogado norteamericano Lawrence Berenson, y a una gestión del presidente de Brasil, Kubitschek, ante Salazar, primer ministro de Portugal.
—¿Qué le parece cómo cuentan la noche del 31 de diciembre de 1958 en la segunda parte de El Padrino de Ford Coppola?
Hollywood no ha sido nunca muy bueno, a pesar de los recursos con que cuenta, para escoger a los artistas que representen a personajes cubanos, sean políticos o históricos. Una vez vi una película sobre la Guerra de Independencia, y me vistieron al actor que hacía del general Antonio Maceo con un traje de confederado, con chaquetón de lana a media pierna, en pleno sol de Cuba.
En El Padrino, la escena donde le informan a Batista de que se cayó el gobierno es grotesca. Mis amigos españoles estaban seguros de que así mismo había sido. Batista estaba de traje esa noche, en esa fechas no se usaban condecoraciones ni la banda presidencial. No fue en un salón público, sino en la residencia en Columbia.
Lo que hicieron fue un mal cuento para vender entradas. El actor era indígena y, aunque Batista tenía el pelo lacio, no era un indígena. Y no se vestía tan espectacularmente.
—¿A dónde se fue usted, después de República Dominicana?
Después de una accidentado viaje por el Caribe, me fui a México, donde viví durante 15 años.
Diario Libre