Aguerre agrega que Trujillo sentía orgullo de ser “pintor-pintor” en la posdictadura, cuando aparecieron en nuestro medio las instalaciones, el videoarte, el arte conceptual, los nuevos lenguajes que habían desplazado a la pintura, que era “lo viejo”. “José se sentía orgulloso de ser pintor y de tener como guías a los grandes. Sobre todo a Velázquez, Manet y Torres García, los focos que siempre lo acompañaron”.
La vocación por el dibujo y la pintura comenzó muy temprano en Trujillo, en la adolescencia, tal como había sucedido con su tío, el artista Felipe Seade (Antofagasta, Chile, 1912-Montevideo, 1969). El taller de Manolo Lima fue su primera escuela artística, a la que asistió desde 1973 a 1978. Después estudió con el maestro Carlos María Tonelli.
Otra figura importante fue la del artista Jorge Páez Vilaró, que tenía un verdadero centro de irradiación cultural en Maldonado en los años 80 a través del Museo de Arte Americano. Ese museo otorgaba los premios Pan Am y United, que les permitía viajar a los artistas jóvenes; además, exhibía grandes muestras. Páez Vilaró integró a Trujillo a ese mundo, fue un escalón para su trayectoria. Llegó a ser un artista de referencia que pintó en la Estancia Vik de José Ignacio, representó al país en la Bienal de San Pablo en 1983, expuso durante muchos años en Buenos Aires, viajó a Nueva York, a Washington, a Boston y a ciudades europeas. “José Trujillo no es una sorpresa como artista, pero su obra no había tenido el lugar que merece en el museo. Alicia Haber había hecho una muestra interesantísima con sus obras en el Museo Zorrilla. No es que no hubiera expuesto, pero no había tenido una muestra antológica, que era lo que él quería después de 40 años de producción”.
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Mesa de taller, 2010
Museo Nacional de Artes Visuales
El jardín que está sin estar
Trujillo estaba casado con Adriana López, con quien tuvo cuatro hijos: Valentín (actual director de la Biblioteca Nacional), Pilar, Manuela y Francisco. Todos ellos han sido protagonistas de sus retratos.
La casa familiar tiene un gran jardín y en el centro está el taller, donde además de pintar, el artista daba clases. Esa era su fuente de ingreso, además del que provenía de la venta de sus obras. “Era bien azaroso vivir del arte con cuatro hijos, pero él tenía claro que su misión y su tiempo era para la pintura”.
Aguerre organizó La realidad en cuestión en ocho núcleos: Taller del artista/ Hogar, Criaturas zoomórficas, Ciudad, Retratos, Autorretratos, Paisajes, Dunas y Batallas. No es una organización cronológica, pero sí temática, porque Trujillo retomaba los temas y a veces pintaba arriba de obras ya hechas.
En el comienzo de la muestra, están las obras que tratan sobre el taller y el interior de su hogar. Para hablar de ellas, Aguerre recuerda una conferencia que Michel Foucault dio en Túnez en 1971 sobre Édouard Manet. En su discurso analizó las propiedades del espacio en el que pintaba Manet y el juego que hacía en sus cuadros. Para el filósofo francés, uno de los aspectos más importantes que Manet aportó a la pintura occidental fue su trabajo con el lienzo, tanto por sus cualidades como por sus limitaciones.
“En esa conferencia dice algo que aplica a la obra de Trujillo y tiene que ver con La realidad en cuestión. No es una pintura impresionista, no es una pintura hiperrealista, aunque vas a ver cuadros donde el dibujo pesa más que la pincelada y los detalles son fundamentales”.
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4 a 1 (1994). Los hijos del artista
Pero lo que más destaca Aguerre en la obra de Trujillo es mostrar la pintura dentro de la pintura, como si allí estuviera contando la historia misma de un cuadro. “No son ventanas a lo real, son artilugios independientes, artificios, pintura que se basa en la pintura”.
En los cinco cuadros con los que comienza el recorrido de la muestra, sobre una pared de azul profundo, aparece el taller con el desorden propio de un taller, con sus pomos y pinceles. Lo más atractivo está en el color, en la línea, en la iluminación. “Fijate que no es la iluminación del taller, es una iluminación para quien mira la pintura, como si hubiera puesto un foco”, explica Aguerre. “Si ves el fondo de sus pinturas, él cierra, no podés ver más allá de lo que te muestra. La ventana no da hacia el jardín, sino al verde. A veces usa más el dibujo, pero aun así son superficies de color, planos de color que juegan con formas”.
Trujillo usó el verde claro fuerte, casi flúor, el naranja, el rojo, todos colores que aportan luz a sus cuadros. “El verde estaba muy mal visto por artistas como Torres García, pero en Trujillo ves a Torres en la construcción, en los volúmenes, en la geometría”.
Autorretratos: los espejos de Velázquez
Mise en abyme es una expresión francesa que se utiliza en literatura y en artes plásticas para señalar una técnica que consiste en imbricar una obra o una narración dentro de otra, a modo de cajas chinas. El resultado es una sensación de infinito, como la que crean los espejos enfrentados. En narrativa hubo un pionero de esta técnica: Miguel de Cervantes. En el Quijote (1605 y 1615), hay una gran historia, que se puede resumir como la aventura de Don Quijote con su escudero Sancho Panza, que a su vez encierra múltiples relatos unitarios que desembocan uno en el otro, como en capas. Esta estructura le da una perspectiva hacia el infinito a la novela, como años después lo haría Diego Velázquez con su cuadro Las Meninas (1656). Una técnica cinematográfica creada antes de que existiera el cine.
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Autorretrato
Museo Nacional de Artes Visuales
Velázquez está en la obra de Trujillo, y para Aguerre también hay algo de Hitchcock, como una ventana indiscreta en sus cuadros que muestran otros cuadros. Y después está la mirada del propio artista en sus autorretratos, que parece fijar sus ojos en el espectador, pero es solo un engaño. El artista se mira a sí mismo en un espejo y se pinta. Se pinta de cuerpo entero, con un fondo que “muestra” otras pinturas o un verde que parece el jardín, pero que no es el jardín. La mise en abyme de un pintor contemporáneo.
Su esposa, Adriana, fue una de sus modelos. La pintó mirando hacia el retratista; la pintó en el baño mirándose al espejo o sentada junto a su esposo en el jardín, mientras los está pintando a ambos. La pintó durmiendo en el sillón del living familiar o simplemente echada en ese mismo sillón, donde en otra pintura también aparecen sus cuatro hijos. En el fondo de estas pinturas, aparece algún detalle de algún otro cuadro que el visitante atento de la muestra lo verá en forma independiente durante el recorrido. Es una pintura polifónica y tiene sus estribillos, como la silla roja del taller, que también se reitera.
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Adriana, 1996
Museo Nacional de Artes Visuales
Paisajes metafísicos, extraños, oscuros
“Me encantan estas obras porque acá hay relajo”, le dijo una niña a Aguerre frente a uno de los cuadros de Trujillo con criaturas zoomórficas. Y la palabra relajo es adecuada para describir los seres amenazantes de estas pinturas que podrían ser personajes turbios de un cuento infantil. Un lobo se abalanza hacia una Caperucita Roja que está de espaldas, y no sabe la sorpresa que le espera cuando la vea de frente. “Es como un viaje lisérgico de Solari”, dice el curador, y profundiza aún más en el “relajo” que vio la niña.
Estas pinturas cargadas de ironía hacia la “fauna” puntaesteña dan paso a otra serie de ciudades con pinturas más metafísicas, con sombras prolongadas y cielos nubosos. Hay columnas del alumbrado público tiradas, sin funcionar, hay cables, antenas, carteles de propaganda, el puerto de Montevideo, 18 de Julio, columnas pintadas de violeta, una cebra vista desde arriba. La perspectiva es muy original, muy cinematográfica. Y también muy solitaria, porque lo que no hay es presencia humana. La asociación con la soledad en las pinturas de Edward Hopper es inevitable, pero con casas sin ventanas, tal vez por eso las ciudades de Trujillo son más agobiantes.
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Dunas
MEC
Otra serie está dedicada a paisajes de dunas y mar, con un despliegue cromático bellísimo que desprende sonidos y aromas. Y la muestra avanza hasta llegar a la serie Batallas, y allí aparece otro autorretrato: el pintor pequeño, en lo que queda de un enfrentamiento. Entonces los sonidos y aromas son otros, porque de la pintura se desprenden gritos de dolor o de triunfo, olor a sangre, color a muerte. Están también las otras batallas, las personales, que se traducen en cuadros fantasmales, como si Trujillo se hubiera convertido en un Goya autóctono. “Los hijos me dijeron que esta es la muestra que su padre hubiera querido. Me hizo sentir tranquilo, es el mejor elogio para este trabajo”, dice Aguerre.
La realidad en cuestión: un gran título para esta muestra que se abre y repliega sobre sus propias obras, que obliga a mirar con otra perspectiva y, sobre todo, que provoca el disfrute del buen arte.